13.6.05

6.6.05

Un año, once meses y veinte días atrás.

De pronto la tarde se entrega como un gélido, avasallador y amargo torrente de sangre, como si tras la caída de un imaginario puñal aleve que hubiese tajado con espeluznante fervor el horizonte que avienta Lima durante el invierno, el cielo rodase a mis pies para tragarme en su mortecina espesura y acicatear el reverso mórbido de mi conciencia. Es cuando estoy hecho del mismo elemento que fluye en el aire impregnándose en las ramas de sus árboles, sus faroles, sus aceras, sus muros y las siluetas de sus transeúntes doblados como palotes mal dibujados dentro de mi mente convertida en un papel ajado que busca torpemente expandirse sobre la tierra para robar una misérrima línea de utilidad.
Nada que no sea el endeble propósito de partir hacia ningún destino puede conjurarme de tan desastrosa sensación. Conozco algunas calles pero sobre mi imposible dirección pesa una errática determinación carente de señas. De todos modos, mi ánimo es parte del todo miserable y cualquier sitio que ante mis ojos otorgase el indicio de un lugar conocido, ahora entrañaría la negra atmósfera de lo inhóspito y amenazante.
Dejo atrás la ventana a través de cuyo rectángulo de cristal todo comienza y todo termina.
Pienso que se trata de mí y no del clima, que soy el tirano velado de mi menoscabo y que todo esto no es sino una excusa para herirme sin remordimientos. Me aguija el desempleo, mis temores implacables y ese remanente informe de ideas y palpitos en que creo ver mi hado convertido cada mañana que despierto braceando en el vacío como si mi cuerpo hubiese sido velado en la intemperie desde hace décadas.
Estoy afuera y la realidad, que días antes hubiese tajado en mi cerebro letras irascibles en virtud de lo mal que marchan las cosas en este país, así como uno que otro lío de poderosos enfrascados en la adjudicación real de sus bienes, hoy aparece como un despojo incapaz de inmutarme. Soy yo, y nada más que mi descalabro egoísta estancado en mi cráneo sin remedio. El ideal colectivo se consume en una pira y no existe nadie quien atice su fuego agonizante. Temo que pasaré de largo si alguien precisa de mí.

Es cuando me siento como un apéndice moribundo de esta ciudad y comprendo que la hoja de la insatisfacción también me ha tajado.

Camino rápido, la armonía no es virtud que logre aplacar mi ansiedad. Dejo atrás mi punto de partida dando tumbos como un guiñapo de carne prensada tras bajar los escalones de una casa que no me pertenece. Por un sendero todavía conocido, mascullo insaciablemente la retahíla de denuestos que tengo guardada para precipitar mi desahucio, pues qué otro propósito hurgo entre el aire y mi aliento descompuesto sino mi desprecio preñado de un fuerte hedor a melancolía, difusa y mil veces inservible, hipando en alguna parte de la ciudad apuñalada como una palabra sanguinolenta.

Vista del mar de Lima... imaginario puñal aleve... foto: Mónica Mennem Vela Posted by Hello